jueves, 28 de junio de 2018

Los chicos y el alcohol. En: La Nación.

La primera vez que Carolina, de 43 años, habló del alcohol con Joaquín fue hace tres años, cuando él tenía 14 y se quedó a dormir en la casa de un compañero. Al día siguiente, su hijo le contó que habían tomado cerveza y whisky. Ella se enojó y habló con la madre del amigo. Pero el año pasado, cuando Iván, su segundo hijo, llegó a los 14, las reglas en la casa ya habían cambiado: el consenso entre sus amigas y otras madres del colegio había marcado que era mejor que los chicos hicieran la previa en casa. El énfasis estaba ahora puesto en los excesos. "Tenés que evitar quebrar", le dijo a Iván el padre. Usó un término que no manejaba. Quebrar, para él, era emborracharse. Su hijo mayor se rio y le explicó que quebrar era vomitar estando muy borracho. Las reglas sociales del alcohol en la adolescencia cambiaron. Y muchos padres navegan en el desconcierto: ¿Montar una guerra contra sus hijos? ¿Enseñarles a "consumir responsablemente" y soltarles la mano cuando cumplen 18 años aunque todavía no hayan alcanzado la madurez para evitar ser víctimas de sus excesos? El problema de cómo manejar el alcohol en la adolescencia preocupa a todos los países.
Las grandes perdedoras fueron las campañas de concientización que apuntan a los adolescentes, como la que impulsaba Estados Unidos en los 80, Just say no (Si alguien te ofrece alcohol, decí no). También fracasaron las que quisieron mostrar la abstinencia como algo cool y las que pretendieron combatir el consumo con la promoción de deportes en equipo, como en Gran Bretaña. Si bien la práctica de un deporte a nivel individual protege a los jóvenes del consumo de alcohol, los deportes colectivos lo incentivan, en su mayoría debido a fenómenos psicológicos ligados a la imitación y la emulación de la virilidad. En cambio, las que mayores logros consiguieron fueron las que abordaron el conflicto en todas sus dimensiones: la parte que le toca al Estado, a los padres, a la escuela y a los propios chicos. En la Argentina, cinco de cada diez padres aprueban que sus hijos se reúnan con amigos y hagan una previa. Y dos de cada diez les facilitan el alcohol con el argumento de que prefieren que tomen lo que ellos les dan. ¿Cómo hizo Islandia para pasar de tener los peores indicadores de consumo de alcohol hace apenas dos décadas a convertirse en el país faro en la lucha contra las adicciones? A fines de los 90, los adolescentes islandeses eran los que más tomaban en Europa. Había que invertir en investigación. Si no sabían por qué tomaban los chicos, ¿cómo iban a lograr que dejaran de hacerlo? Pasaron diez años estudiando los hábitos y las conductas de los estudiantes. Después de semejante relevamiento encontraron que existía una asociación estadísticamente significativa que demostraba que hay tres factores que actúan en la adolescencia como protectores frente a conductas adictivas: postergar la edad a la que los chicos empiecen a tomar alcohol, idealmente hasta después de los 18; pasar tiempo con sus padres (al menos una hora diaria), y tener actividades extraescolares como deporte, teatro, danza. A partir de ese conocimiento se diseñaron tres políticas públicas. En primer lugar, endurecieron la prohibición de alcohol a menores y redoblaron los controles. No fue una medida simpática. Y por supuesto, al principio hubo resistencia: se elevó la edad a la que se permite la compra de bebidas: de 18 a 20 años. Está demostrado, dice Sigfússon, que retrasar la edad de inicio de consumo de alcohol baja las chances de adicción. La segunda tampoco fue una medida popular. Se prohibió que los niños menores de 12 años circularan solos por la calle después de las 20, y los adolescentes de entre 13 y 16 años, después de las 22. La medida apuntó a forzar de alguna manera que los chicos estuvieran más horas en compañía de sus padres. Aunque muchos puedan creer que es una edad en la que los hijos poco necesitan de sus padres, cuantas más horas pasa un adolescente con sus progenitores menos chances tiene de consumir alcohol. El tercer punto de la receta involucra al Estado, a las escuelas y a los pares. Los adolescentes que tienen actividades después de la escuela tienen menos riesgo de caer en adicciones. Islandia optó por promover y becar las actividades extracurriculares para adolescentes. La plata mejor invertida en prevención de adicciones, afirman.  Pero ¿es posible aplicar una receta nórdica en países con realidades tan distintas?.........