Para analizar las relaciones entre
comportamiento y conocimiento, imaginemos que el mundo cabe en un aula. En el grupo de los tragas,
inteligentes y aplicados –esos que se sientan bien cerca del pizarrón y se
sacan siempre 10– están el chino, el coreano y el japonés. No son muy populares
entre sus compañeros, pero a veces son ellos los que le enseñan al profesor.
Detrás (pongamos entre la segunda y cuarta fila de bancos), se ubican los que
comprenden que deben portarse bien, y así lo hacen y aprenden: el
estadounidense, el alemán, el inglés y el suizo, con un promedio de entre 8 y 9
en el boletín. Existe otro grupo que suele hablar bastante e interrumpir al
docente. Alguna que otra vez recibe amonestaciones, pero eso no hace mella en
su rendimiento: son el sueco, el israelí, el español, el irlandés, el francés y
el italiano. Se esfuerzan lo necesario para el 7. El mexicano se porta casi
igual que ellos, pero se lleva materias a diciembre. El uruguayo y el chileno,
como el mexicano, arañan un 6, pero en conducta dejan más que desear. En
contraste, a un costado se sientan los que nunca se zarpan, pero eso tampoco
les garantiza el éxito: son el rumano, el albanés, el tailandés, el peruano y
el colombiano, que siempre terminan en marzo. Por último, el sector más
“divertido” de la clase está en el fondo, claro. Es el grupo de los atorrantes,
donde reina la indisciplina. Allí hay dos tipos de revoltosos. El holandés, el
finlandés, el belga, el australiano y el canadiense compensan con capacidad la
falta de aplicación, y si bien son una fija en el gabinete psicopedagógico, a
fin de año figuran entre los mejores promedios. Suelen armar sus bromas pesadas
con el brasileño y al argentino, que se la pasan llevándose materias previas y
repitiendo de año. Ahora, según las últimas evaluaciones, la novedad es que el
brasileño se estaría dando cuenta y querría dejar de ser el más “vivo” de la
clase. El argentino está viendo.