El 21 de agosto de 1850, un diario de Boulogne-sur-mer publicó una necrológica que sorprende
por lo completa y detallada. Escrita por un amigo francés, es una minibiografía
exenta de algunas deformaciones de que fue objeto luego la trayectoria del
Libertador
Adolph Gérard era el propietario
de la casa que San Martín habitó en Boulogne-sur-mer durante poco más de un año y medio y
en la cual murió. El general alquilaba un piso del edificio de la Grande Rue 105 –hoy
propiedad de la
República Argentina- en cuya planta baja residía el propio
Gérard, abogado, periodista y por entonces director de la biblioteca de esa
ciudad marítima del noroeste de Francia.
Gérard cultivó la
amistad de San Martín en
ese período y cuando éste murió auxilió a su hija y yerno en todos los trámites
relativos a su sepelio. Días después, el 21 de agosto, publicó un extenso artículo en el diario local sobre la vida y la
trayectoria político-militar de su ilustre inquilino.
Considerando que no se había
escrito aún la historia de la Independencia
Sudamericana y de sus protagonistas, y teniendo en
cuenta también la inmediatez de esta publicación –hecha a
tan sólo cuatro días de la muerte del general- cabe suponer que la fuente de los detallados conocimientos de que hace gala Adolph Gérard en su
texto sobre la vida de San Martín era el mismo
protagonista. De ahí su incalculable valor. Y por eso también
la sorpresa ante la escasa atención que le prestaron posteriormente los
estudiosos de la vida de San Martín a este texto, en el cual hay referencias a
aspectos de su trayectoria que luego fueron reinterpretados,
polemizados o silenciados por
biógrafos supuestamente más “rigurosos” y documentados. Un caso es el de la
famosa entrevista
de Guayaquil. Gérard refiere lo allí discutido –no habla de
secreto- y da por cierta –citando un párrafo- una famosa carta de San Martín a Bolívar -posterior a su célebre encuentro- que
hizo correr ríos de tinta a los historiadores en una interminable polémica
sobre su autenticidad.
“Aunque cinco años mayor que su rival de gloria, (San
Martín) le ofreció (a Bolívar) su ejército –dice Gérard sobre la entrevista que
tuvo lugar en Guayaquil el 22 de julio de 1822-, le prometió combatir bajo sus
órdenes, lo conjuró a ir juntos al Perú, y a terminar allí la guerra con
brillo, para asegurar a las desdichadas poblaciones de esas regiones el
descanso que tanto necesitaban. Con vanos
pretextos, Bolívar se negó. Su pensamiento no es, parece,
difícil de penetrar: quería anexar el Perú a Colombia, como había anexado el
territorio de Guayaquil. Para eso, debía concluir solo la conquista. Aceptar la
ayuda de San Martín, era fortalecer a un adversario de sus ambiciones. Bolívar
sacrificó por lo tanto sin hesitar su deber a sus intereses”.
Y sobre la que se conoce como “carta de
Lafond” por el nombre del autor francés que primero la publicó
completa, agrega Gérard: “De Lima misma, y con fecha del 29 de agosto, había
anunciado a Bolívar sus designios en una carta
mantenida secreta hasta
estos últimos años, y que es como un testamento político (…): ‘He convocado, le
decía, para el 20 de septiembre, el primer congreso del Perú; al día siguiente
de su instalación, me embarcaré para Chile, con la certeza de que mi presencia
es el único
obstáculo que le impide venir al Perú con el ejército que usted comanda… No
dudo de que después de mi partida el gobierno que se establecerá reclamará
vuestra activa cooperación, y pienso que usted no se negará a una tan justa
demanda’”.
Otro detalle interesante en el artículo del Impartial de Boulogne-sur-mer es la síntesis que hace Gérard del pensamiento político de San Martín,
en términos que iluminan la futilidad de la discusión sobre el monarquismo del
Libertador; no porque lo niegue, sino porque lo explica, al ponerlo en
contexto: “Partidario exaltado de la independencia de las naciones, sobre las formas propiamente dichas de gobierno no
tenía ninguna idea sistemática. Recomendaba sin cesar, al
contrario, el respeto de las tradiciones y de las costumbres, y no concebía
nada menos culpable que esas impaciencias de reformadores que, so pretexto de
corregir los abusos, trastornan en un día el estado político y religioso de su
país: ‘Todo progreso, decía, es hijo del tiempo’. (…) Con cada año que pasa,
con cada perturbación que padece, la
América se acerca más aún a esas ideas que eran el fondo de
su política: la libertad es el más preciado de los bienes, pero no hay que
prodigarla a los pueblos nuevos. La libertad
debe estar en relación con la civilización. ¿No la iguala? Es la esclavitud. ¿La
supera? Es la anarquía”.
Gérard
nos deja también una descripción del aspecto y carácter de San Martín por aquel
entonces. Cabe señalar que, dos años antes de su muerte, en 1848, su hija
Mercedes lo convenció de posar para un daguerrotipo, por entonces toda una
novedad. Esa es por lo tanto la única “fotografía” que tenemos de él: aquella
en la cual está sentado y luce el cabello encanecido. Permite calibrar cuáles
de los tantos retratos pintados de él son los más fidedignos.Así describía
Gérard a su inquilino: “El señor de San Martín era un bello anciano,
de una alta estatura que ni la edad, ni las fatigas, ni los dolores físicos
habían podido curvar. Sus rasgos eran expresivos y simpáticos; su mirada
penetrante y viva; sus modales llenos de afabilidad; su instrucción, una de las
más extendidas; sabía y hablaba con igual facilidad el francés, el inglés y el
italiano, y había leído todo lo que se puede leer. Su conversación fácilmente
jovial era una de las más atractivas que se podía escuchar. Su benevolencia no
tenía límites. Tenía por el obrero una verdadera simpatía; pero lo quería
laborioso y sobrio; y jamás hombre alguno hizo menos concesiones que él a esa
popularidad despreciable que se vuelve aduladora de los vicios de los pueblos.
¡A todos decía la verdad!”.Del relato de Gérard, emerge además una imagen diferente del ostracismo de San Martín,
presentado por muchos de sus biógrafos como un período de oscuridad y silencio.
Aunque, “menos conocido en Europa que Bolívar, porque buscó menos que él los
elogios de sus contemporáneos”, dice Gérard, no era un exiliado ignoto: “En sus
últimos tiempos, en ocasión de los asuntos del Plata [el bloqueo
anglo-francés del Río de la
Plata en tiempos de Rosas], nuestro Gobierno se apoyó en su opinión para aconsejar la prudencia y la
moderación en nuestras relaciones con Buenos Aires; y una carta suya, leída en
la tribuna por nuestro Ministro de Asuntos Extranjeros, contribuyó mucho a
calmar en la Asamblea
nacional los ardores bélicos que el éxito no habría coronado sino al precio de
sacrificios que no debemos hacer por una causa tan débil como la que se debatía
en las aguas del Plata”.
Este hecho –la lectura de una carta de José de San Martín en
el parlamento francés en la cual el general les advertía de que no podrían
doblegar al pueblo argentino- muestra no sólo que su presencia en Francia no
era ignorada por las autoridades de ese país sino que él se mantuvo siempre atento a lo que sucedía en su Patria e intervino cada vez que pudo con los
medios a su alcance en defensa de la independencia que había conquistado.